martes, 27 de octubre de 2015

Comenzamos con una de las obras que más y mejor reflejan la originalidad (basada en la tradición) eje de nuestras mejores obras literarias: Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique.
 
Os dejo algunos enlaces que pueden serviros como complemento, ilustración y descanso de la teoría.
 
Un poema de don Antonio Machado, Glosa:
 
Nuestras vidas son los ríos,
que van a dar a la mar,
que es el morir. ¡Gran cantar!
    Entre los poetas míos
tiene Manrique un altar.
    Dulce goce de vivir:
mala ciencia del pasar,
ciego huir a la mar.
    Tras el pavor del morir
está el placer de llegar.
    ¡Gran placer!
Mas ¿y el horror de volver?
¡Gran pesar!
 
 
Un poema de Luis Antonio de Villena, El amor es deseo de hermosura:

 
(León Hebreo)
 
¿Merecerá la pena tanta búsqueda inútil?
Rebuscar claridades entre piernas y pelo
cual quien codicia gema entre ríos de fango.
Sentir desastre tanto mientras la boca besa,
adorar y reptar sinuoso por cinturas que arden,
helarse en fuego rubio, flamear en desierto tartáreo,
probar que es eso, pero poner la mano en gélido basalto,
y linguar maravilla mientras se hunden las naves...
¡Han sido tantos los cuerpos, el esplendor, la procela,
el volcán, la esmeralda, tanta consumición para buscar
la luz, que, estragado, el corazón no tiene frontera, subir aún más,
gastar la vida en ese ígneo ideal, donde dos ojos negros
entrelazan un alma. Y estarse allí, hasta que no haya nada.
Pugnando siempre por asir lo imposible. Querubínico afán
que te asola y exalta, dejando apenas un rocío en los labios...
¿Mereció el vivir? Así que cuando morimos, descansamos.


Un poema de Juan Luis Panero, El poeta y la muerte:


Y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique
 Si como afirma Borges todos los hombres
son el mismo hombre, aurora y agonía,
y poco importan sus nombres y sus rasgos,
yo quisiera —olvidando la anécdota banal de mi destino—
buscar en otro rostro a ese único hombre,
otra sombra, otro sueño mejor, igualmente perdido.Un caballero dispone sus armas,
sus escuderos ajustan la armadura,
se coloca el yelmo, sujeta con firmeza el escudo,
la luz de la mañana es un reflejo metálico del sol,
el tiempo se ha detenido en las gualdrapas del caballo.
Todo esto ocurre en 1479 y aún sigue ocurriendo
frente a las almenas del castillo de Garci-Muñoz.El caballero blande su espada
en defensa de su lealtad y de su reina,
aún no sabe que su destino termina allí,
en el campo de Calatrava, que no verá otro día.
Entre rasgar de flechas y cascos de caballos,
oliendo a tierra seca y sangre sucia,
quizá recuerde el nombre de Guiomar de Castañeda
y piense, con justicia o con odio, en su enemigo,
el marqués de Villena que le aguarda.
Estruendo de hierro, crujido de huesos, carne desgarrada,
las huestes innumerables, pendones y estandartes y banderas,
los castillos impunables, los muros, baluartes y barreras.

Ha caído la noche sobre el campo arrasado,
la mano que sujetó una lanza, una pluma, un cuerpo de mujer,
está quieta, su mundo se ha borrado,
mientras se escuchan maldiciones y lamentos.
Ahora la muerte le atierra y le deshace.
Si todos los hombres somos el mismo,
elijo, pues es igual uno que otro,
aquel rostro en un campo de batalla,
la máscara del último rictus de su agonía,
el eco de sus palabras que aún se escucha,
un reflejo más digno de la tierra y la nada.


Y, por último, algunas coplas recitadas por Rafael Alberti y cantadas por Paco Ibáñez:


                     
 
Reproducción de la primera página de las Coplas a la muerte de su padre
(Biblioteca Nacional)

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